Arturo Hernández Alcázar
Perspectivas de modificaciones conscientes de la vida cotidiana
Cécile Bourne-Farrell
Las banalidades, por lo que esconden, trabajan sobre la organización de la vida
Mustafa Khayati (1)
(Este texto forma parte del libro Escombro de Arturo Hernández Alcázar)
Desde temprana edad, a menudo me llevaban a las obras de mis padres, que diseñaban parques y jardines. Mis recuerdos son inmensos, proporcionales a una visión de niña. Ya sea en la obra de los juegos olímpicos de Grenoble o de las ciudades nuevas como L’Ile d’Abeau, me decían antes había esto y en un rato habrá árboles, taludes desde los cuales podremos hacer volteretas, imaginar rocallas... Mientras tanto, yo, con mis 5 años de edad, veía los surcos que dejaban las llantas de los camiones en el suelo, el olor de la tierra y del concreto en el vientre de la hormigonera. Montañas de arena y de tierra de distintos colores, muestras infinitas de escombros destinados al drenaje o al enlosado. A veces también había que dejar que las máquinas se echaran en reversa o esperar en la cabaña de la obra hasta que dejara de llover para no hundirme en el lodo (a menudo las botas se me inundaban)...En efecto, aquellas experiencias ricas moldearon mi mirada remitiéndome a lo que pudo ser y a la inevitable necesidad de anticipar en lo que podría o no convertirse un espacio público.
Hace dos años en Saint-Ouen, la antigua bodega industrial de mi vecino anticuario se incendió y durante un año quedó ahí un lugar apocalíptico del cual se extrajo cada viga, del cual cada objeto metálico quedó deshuesado del armazón metálico derretido. Así que, desde mi ventana, asistí a la canibalización cotidiana (y nocturna) e incluso a un desfile de moda improvisado en medio del verano sobre esos escombros. Cierta repugnancia contra el supuesto autor del accidente criminal llegó a expresarse por parte de los vecinos, transeúntes y clientes habituales, todos se encontraban divididos entre el sentimiento de curiosidad y de fascinación sobre ese lugar, sobre lo que fue y lo que es ahora: un esqueleto vacío desde hace un año por falta de arrendatario adinerado. Una vez la obra terminada, todo regresó a la normalidady el potencial del lugar terminó por salir volando por sustracción.
¿Quién no quedó admirado ante el horror de la destrucción de las torres gemelas de Nueva York en septiembre del 2001, que llevó a su paroxismo la destrucción simbólica del poderío económico y político de un mundo sobre otro? El aluminio desapareció en combustión y explotó sin que siquiera tuviéramos el tiempo para entender lo que les estaba ocurriendo a esos edificios que parecían ser inalterables. Lo que me lleva a evocar esa experiencia, es el potencial que cada quien pudo experimentar con las imágenes fílmicas que pasaron por el mundo entero. Esa explosión dio pie a la posibilidad de considerar una revisión completa de lo que parecía inalterable y que detonó un momento potencial que el filósofo Manuel de Landa (2) describió como morfogénico. Son esos momentos, esos lugares específicos —en el sentido en el que producen estructuras semi estables a partir de los flujos— los que también constituyen nuestro mundo social y natural en una historia no lineal.
El trabajo de Arturo oscila entre equilibrios existentes y equilibrios por reinventar. En lo que él hace coexiste una relación particular acerca del estatus mismo de la obra como el lugar de todos los posibles. Es una especie de equilibrio inquietante lo que él evoca «en el hecho de haber habitado enfrente de un edificio vacío, sin acabar, un esqueleto, cuyo armazón estuvo al desnudo durante años en la colonia Roma del D.F. Ese edificio se parecía a cualquier edificio de los años 90 que se hubiera quemado y quedado vacío. Por las noches, solo un departamento estaba ocupado, de tal modo que se veía una sola luz encendida. Era una imagen muy extraña».
A menudo las propuestas de Arturo provienen de archivos, documentos, dibujos, publicidades de los periódicos, textos, colecciones, coreografías, destellos, acumulaciones de materias, objetos y acciones que son los restos de sus derivas y vagabundeos a través de terrenos baldíos y de ruinas de una catástrofe real o ficticia. Así fue como para su última exposición en París, a hurtadillas, Arturo salió en busca —entre obras y mercados, en sus peregrinaciones por Seine Saint-Denis— de herramientas de construcción, de monedas del mundo entero que juntó en un equilibrio precario, como si pudieran contrarrestar cierto equilibrio de las fuerzas. Como dice él: «pienso en los impactos y en las fuerzas como materiales que se convierten en alianzas temporales e inesperadas, en perversiones del sentido y formaciones aberrantes.»
A menudo uno tiene el sentimiento peculiar de pensar que las situaciones son inmutables, porque son fuertes y simbólicas. Ahora bien, los azares climáticos y las fuerzas presentes son más fuertes que nuestras creencias o los valores que uno le pone a las cosas y a las personas. En este sentido, a Arturo le interesan esos momentos cuando los equilibrios se rompen y otros nacen gracias a otros elementos que pueden entrar en juego. Para ello, a menudo habla de gestos colectivos ligados a la construcción o a la noción de agotamiento del sentido en su trabajo. Una obra también es ese entredós, ese momento muy peculiar de transición pero también de estancamiento. Las obras en construcción o abandonadas son lugares de potencialidad y de valorización que definen las personas que los construyeron y las personas que las miran. La obra negra en sí es un tema de predilección para numerosos artistas contemporáneos, como lo evocaba Marguerite Duras en su obra «Les chantiers» (3) es un universo entero, que evoca en dos palabras las miradas cruzadas entre dos personas cuyo potencial de encuentro gira alrededor de la fascinación por ese momento de construcción y de destrucción.
La acumulación de esos martillos clavados en la pared de la galería atestiguan los usos y el impacto que potencialmente pueden tener sobre el entorno inmediato. Al mirar de cerca, uno nota que algunas de esas herramientas fueron fabricadas a mano, otras no
tienen particularidad alguna, encontramos un machete por aquí, un pico por allá. Si bien la comprensión que uno piensa tener del uso de esas herramientas parece inmediata, la utilidad del martillo aparece con su uso, es decir, en la mano del obrero, en el gesto realizado. Al liberar el producto de su uso, Arturo le quita lo útil al ser en sí. Evidencia la fiabilidad del producto, su disponibilidad para el uso y así, ofrece una apertura sobre todas las cosas y esta apertura es la que ahora revela las tentativas del desplazamiento para hablar del valor potencial del trabajo y de su relación con la economía.
Esa manufactura cubierta de humo negro ofrece una homogeneidad que evoca una posibilidad infinita de gestos y nos remite a todas las ilusiones sobre lo que en algún momento fue, sobre lo que es y lo que será. La instalación expone esas herramientas con el gesto al cual están asociadas para construir o destruir. La noción de potencialidad latente sin duda es una noción peligrosa también, porque no corresponde a una noción capitalista de nuestro mundo, que especula en el tiempo y el espacio sobre el valor
agregado de las personas. Por lo tanto, la cuestión de la potencialidad queda convertida en una noción aristotélica de tipo «virtud dormitiva», que solamente adquiere sentido a partir del momento cuando hay mesura o desmesura...
Esta es la respuesta de Arturo ante la Crisis del Ladrillo ibérica (la crisis inmobiliaria), que no es el resultado de la valorización del trabajo sino de la especulación sobre la mano de obra. La ironía con la que él aborda el sistema lo llevó a penetrar en una de las innumerables obras abandonadas de los suburbios madrileños, donde invitó a amigos suyos a tomar las herramientas que quisieran para hacer rugir progresivamente el esqueleto metálico de uno de esos edificios vacíos. La desmesura se apoderó del edificio y terminó por convertirlo en el receptáculo de todas las vibraciones posibles, adquiriendo una importancia desmesurada durante el tiempo de su reactivación por el sonido magnético y los gestos.
(Si bien las estructuras vacías son muy importantes en la economía de la especulación, esta confrontación entre el poder físico y el material está puesta en abismo en el trabajo que aborda la cuestión de la relación con el poder y con el valor del trabajo. Lo que le interesa a Arturo es invertir estas relaciones sencillas).
(1). Khayati, Mustapha, Captive Words (Preface to a Situationist Dictionary),
G. Debord and the Situationist International, Cambridge, Tom McDonough,
MIT Press, 2002, p.173.
(2). Manuel de Landa se considera como uno de los principales
representantes del ‹nuevo materialismo›, que se basa en la ontología
realista de Gilles Deleuze. (Sus investigaciones sobre la morfogénesis —es
decir sobre la producción de estructuras semi estables a partir de ‹flujos›
materiales que constituyen el mundo social y natural— así como su historia
‹no lineal› o su reflexión sobre la ‹filosofía virtual› contribuyen a la reflexión
tanto filosófica como sociológica donde se integran las innovaciones
tecnológicas de las dos últimas décadas).
(3). Extracto de «Des journées entières dans les arbres», 1954, Gallimard.
pp. 203/204.
Traduction de Denis Languérand
Perspectives de modifications conscientes de la vie quotidienne
Cécile Bourne-Farrell
Les banalités, par ce qu’elles cachent, travaillent sur l’organisation de la vie.
MUSTAPHA KHAYATI (1)
Dès mon plus jeune âge, j’ai souvent été embarquée sur les chantiers de mes parents qui concevaient parcs et jardins. Mes souvenirs sont immenses, proportionnels à une vision d’enfant. Que ce soit sur les chantiers des Jeux Olympiques de Grenoble ou des villes-nouvelles comme L’Ile d’Abeau, on m’entretenait du devenir potentiel de ces nouveaux paysages : sous peu, il y aura des arbres, des talus d’où on pourra faire des roulades, imaginer des rocailles... Moi entre-temps, du haut de mes 6 ans je ne voyais que les sillons en négatif des roues des camions sur le sol, l’odeur de la terre et du béton dans le ventre de la bétonnière. Des montagnes de sable et de terre de couleurs différentes, des échantillons infinis de gravats destinés au drainage ou au dallage. Parfois, il fallait aussi laisser les machines faire marche arrière ou attendre dans la cabane de chantier que la pluie passe pour ne pas s’enfoncer dans la boue (mes bottes prenaient souvent l’eau)…. Ces riches expériences ont effectivement façonné ma conception du temps et de l’espace dans ce besoin d’anticiper sur ce que potentiellement peut être un lieu public. Il y a deux ans à Saint-Ouen, le vieux hangar industriel de mon voisin antiquaire est parti en fumé et a laissé place durant une année à un endroit
apocalyptique duquel la moindre poutre était extraite, le moindre objet métallique désossé. De ma fenêtre, j’ai donc assisté à la cannibalisation quotidienne (et nocturne) de ces décombres jusqu’au défilé de mode improvisé en plein été. Un certain dégoût contre l’auteur supposé de cet accident criminel s’est exprimé de la part des voisins, passants et habitués. Chacun était partagé entre le sentiment de curiosité et de fascination autour de ce lieu, ce qu’il a été et ce qu’il est aujourd’hui. Le chantier terminé, tout est revenu dans l’ordre et le potentiel de cet endroit s’est donc envolé par soustraction, remplacé par une construction insignifiante.
Dans un autre registre, qui n’a pas admiré l’horreur de la destruction des tours jumelles de NY en sept. 2001 qui a porté à son paroxysme la destruction symbolique de la puissance économique et politique d’un monde sur un autre? L’aluminium est parti en combustion et a explosé sans même qu’on ait eu le temps de comprendre ce qui arrivait à ce qui semblait être inaltérable. Chacun a pu expérimenter ce sentiment dans les images filmées qui ont traversé le monde entier. Cette explosion a mis à plat ce qui semblait de l’ordre de l’inaltérable ainsi décrit par le philosophe Manuel de Landa (2) qui évoque des moments « Morphogéniques » où ces structures semi-stables à partir des flux constituent notre histoire potentiellement non-linéaire, toujours en devenir.
Le travail d’Arturo oscille entre des équilibres existants et ceux à inventer. Il fait coexister une relation particulière au statut même du chantier et l’idée que celui-ci puisse être le lieu de tous les possibles. Le chantier est une composante en équilibre mouvant qu’il évoque « dans le fait d’avoir habité devant un édifice vide, non terminé, une carcasse, dont la charpente était mise à nu durant des années dans la Colonia Roma del DF. Ce bâtiment ressemblait à n’importe quel édifice des années 90 qui a brûlé et a été
laissé vide. La nuit, un seul appartement était occupé, de telle manière qu’on voyait une seule lumière allumée. C’était une image très étrange ».
Le plus souvent les propositions d’Arturo sont issues d’archives, de documents, de dessins, publicités dans les journaux, sculptures, textes, collections, chorégraphies, éclats, accumulations de matières, objets, sculptures et actions issus de dérives et détournements à travers les friches et les ruines d’une catastrophe réelle ou fictive. De chantiers en marchés à la sauvette, Arturo a traqué lors de ses pérégrinations en Seine Saint-Denis des outils de construction, des pièces de monnaie du monde entier. Il
les a assemblés dans un équilibre précaire, comme s’ils pouvaient contrecarrer un certain équilibre des forces d’attraction. Comme le dit l’artiste »je pense aux impacts et au pouvoir des matériaux qui deviennent des alliances temporaires et inattendues, des perversions du sens aux formations aberrantes.»
Si souvent, on a ce sentiment particulier de penser que les situations sont immuables, parce qu’elles sont symboliques. Or, les aléas climatiques, les forces en présence sont plus forts que nos croyances ou les valeurs que l’on porte aux choses et aux personnes. Dans ce sens, Arturo est intéressé par ces moments où les équilibres sont rompus et où d’autres naissent grâce à d’autres qui peuvent éventuellement entrer en jeu. Pour cela, il est souvent question de gestes collectifs liés à la construction ou à la notion d’épuisement du sens. Un chantier, c’est aussi cet entre-deux, ce moment tout particulier de transition ou aussi de stagnation. Les chantiers en cours ou abandonnés sont des lieux de potentialité et de valorisation définis par les personnes qui les ont construits et ceux qui posent leur regard dessus. Le chantier est un thème favoris de nombreux créateurs, comme l’évoquait Margueritte Duras dans son ouvrage, « Les chantiers » (3) est un univers qui évoque en deux mots les regards croisés de mondes qui se côtoient, entre personnes dont le potentiel de rencontre s’exerce autour de la fascination pour la construction et la
destruction.
En regardant de près on s’aperçoit que ces machettes et pioches, fabriquées à la main ou de façon industrielle, constituent l’alignement monumental de violents impacts dans le mur (here we need a good image). Ce clavardage nous permet ainsi de mesurer le potentiel du geste réalisé. En libérant le produit de son usage, Arturo relève l’être même de l’utile. Il dévoile la fiabilité du produit, sa disponibilité à l’usage, et par là, offre une ouverture sur toute chose, c’est cette ouverture qui décèle des tentatives
du déplacement pour parler de la valeur potentielle du travail et donc d’un certain rapport à l’économie.
La suie noire homogène évoque une infinité de gestes et renvoie à toutes les illusions de ce qui a été à un moment donné le fruit de la spéculation. L’installation montre le geste auquel ces outils sont associés pour construire ou détruire un bâtiment. Cette notion du geste latent est certainement une notion dangereuse, parce qu’elle ne correspond pas à une notion capitaliste de notre monde qui spécule dans le temps et l’espace sur la valeur ajoutée des personnes. La question de la potentialité est ainsi une notion aristotélicienne du type « vertu dormitive » qui n’acquiert de sens qu’à partir du moment où il y a mesure ou démesure.
En réponse à la crise du « Ladrillo » (4) hispanique qui est le résultat tangible de la spéculation immobilière en Espagne, l’artiste a pénétré dans un des innombrables chantiers abandonnés de la banlieue Madrilène. Il a convié des amis à prendre les outils qu’ils souhaitaient pour faire gronder la carcasse métallique d’un de ces bâtiments vides. Le geste réactivé de cette démesure sur la carcasse devient (5, p.60) le réceptacle de toutes les vibrations possibles par le son magnétique et les gestes associés. Si les structures vides sont omniprésentes dans l’économie de la spéculation, cette confrontation du pouvoir physique et du matériel par vibration est mise en abîme dans le travail qui touche à la question de la relation au pouvoir et à la valeur du travail, ce qui intéresse Arturo c’est d’inverser ces rapports.
1. Khayati, Mustapha, Captive Words (Preface to a Situationist Dictionary), G. Debord and the Situationist International, Cambridge, Tom McDonough, MIT Press, 2002, p.173.
2. Manuel de Landa, est considéré comme l’un des principaux représentants du
« nouveau matérialisme » qui s’appuie sur l’ontologie réaliste de Gilles Deleuze.
(Ses recherches sur la morphogénèse - c’est-à-dire sur la production de structures
semi-stables à partir des « flux » matériels qui constituent le monde social et naturel
- de même que son histoire « non-linéaire » ou sa réflexion sur la « philosophie
virtuelle » constituent des contributions à la réflexion autant philosophique que
sociologique où sont intégrées les innovations technologiques des deux dernières
décennies.)
3. Extrait de « La tête dans les arbres », 1954, ed. Folio, Gallimard.p. 203-204.
4. Crise de « la brique ».